19 de octubre de 2011

Libre

Tenía las manos llenas de tierra cuando él se acercó. Ante su desconcierto, señaló las macetas trasplantadas. "Me ha dado por la jardinería", suspiró levantándose. Le dolían las rodillas; se rascó la mejilla con el antebrazo sintiendo cosquillas en la piel fría.
Sin ni siquiera preguntarle se adentró en la casa, en concreto hacia la cocina de tono melocotón. Se lavó las manos empapándose bien con el jabón, sabiendo que sus ojos estaban clavados en su espalda. Se tomó su tiempo. Oyó el arrastrar de la silla; seguro que habría escogido la de la izquierda, la coja. "¿Un té?". Le contestó poniendo el agua a calentar. Luego esperó. Fingió demorarse escogiendo la tetera (finalmente la de siempre, la de flores rojas), leyendo los nombres escritos en los cartoncitos (aunque también escogería el de siempre, dulce de invierno), contando tres cucharaditas de azúcar, volcándolas en el fondo, viendo como se derramaba en éste.
Sin embargo, cuando empezó a hervir no tuvo más remedio que girarse.
Él la miraba totalmente rendido. Un escalofrío le recorrió la columna. De nuevo aquella sensación tan extraña en la yema de sus dedos, en la punta de su barbilla, en las pestañas, en lo más hondo de las entrañas. Por inercia sacó una lata llena de galletas. No olvidaba cuánto le gustaban las de canela.
Cuando comprobó que él no tenía intención de marcharse, la invadió el terror. Reunió fuerzas, se sentó en la mesita redonda y lento, muy lentamente, dejó caer el té en la tacita, acompañada del sonido del agua contra el agua. No había derramado ni una sola gota.
Le acercó la taza deslizándola por el hule suavemente. Tras ello, sujetó el asa de la suya y miró su contenido.
- Estás muy diferente.
Su voz la sacó del ensimismamiento. Se limitó a esbozar una mueca.
- Estás muy delgada.
- Como bien. - se sorprendió diciendo - . Tengo un huerto pequeño al otro lado de...
Calló de repente, lo miró. Cogió aire.
- ¿Cómo me has encontrado?
Él se sobresaltó; su expresión se transformó. De repente pareció envejecer, sus ojos se llenaron de desesperación.
- Te he estado buscando durante meses y - la miraba fijamente, ojos pequeños y ennegrecidos -,casi por casualidad, escuchando a unos y otros, llegué aquí. No sé cómo no se me había ocurrido antes. Bueno, en realidad sí lo sé.
Teresa se levantó, dejando la taza de té en la mesa. Él la imitó.
- ¿El campo? Eras amante de lo urbano, siempre lo decías. Jamás habría pensando...no pensé, realmente. Había perdido todo el norte y, sólo eran unas horas más de camino.
- Pasé muchos veranos aquí con mis abuelos. Aprendí tanto...era tan feliz.
Le había dejado acercarse intencionalmente. Lo escuchaba respirar tan cercano a ella como si estuvieran compartiendo un sueño juntos.
- Sigue igual de tranquilo, ya ves - su propia voz le daba seguridad, la aislaba del miedo - , no hay mucho movimiento. Unas cuantas casas, sobre todo viejos y gente de campo. Al principio pensé que creerían que era una bruja. O una mujer de mala vida.
Rió al recordar cómo doña Eulalia la había espiado mientras salía por la noche a fumar y se tendía casi desnuda en la hamaca. Se sentía un poco culpable por haberle dado a la señora aquel disgusto.
Él la abrazó mientras ella relataba cosas triviales que le venían a la mente. También daba paseos por las colinas cercanas. Se había perdido varias veces por los recovecos de los bosques. Quería adoptar un perro; había tenido un pájaro pero se había terminando escapando. Nunca le había cerrado la jaula. Era de esperarse.
Cogió sus manos grandes y vio como sus pequeñas manitas desaparecían bajo éstas. Cerró los ojos y besó sus nudillos. Seguía hablando al darse la vuelta. Él lloraba sin gemido. Ella le acarició el rostro pero desvió la vista de sus ojos famélicos. Se dejó besar, tropezando con la encimera cuando dio un paso atrás. Él la besó muchas veces, mordiendo su cuello, comprobando que las pecas de su pecho seguían allí. La desnudó, reconociéndola en la carne blanda, en los huesos salientes, en la blancura de la barriga.
No le había contado que estaba tejiendo una colcha que tenía a medio hacer encima de la cama. Él la tumbó sobre ella y le dio por pensar que el olor a tierra y soledad se quedaría impregnado entre las trenzas. En varios momentos se dejó llevar, Salva era tan tierno, la conocía bien, sabía que en la parte anterior del muslo tenía unas cosquillas tremendas, que trazando círculos en el monte de Venus ella empezaría a derretirse e incluso que debía darle la mano cuando estuviese llegando al orgasmo. Mientras sentía toda su sangre golpeándole el vientre, comenzó a escucharle. Era un lamento tan desgarrador que deseó que todo acabara. "No te vayas otra vez, no te vayas nunca".

Tenía las manos llenas de tierra cuando se alejó. Había desenterrado de nuevo la caja de los sueños. La llevaría consigo a donde fuera. Buscaría un lugar cerca del mar. Hacía mucho que no jugaba a ser sirena, a cantarle a la luna y a salvar naufragios.
Cuando él despertó comprobó que lo había vuelto a hacer. Ya no le quedaban ni lágrimas ni rabia. Estaba tan roto que sólo pedía en todas sus plegarias que, si algún dios se apiadaba de él, le concediera sólo un deseo: ser capaz de dejarla libre.

15 de febrero de 2010

Ni una más

Y Selene no volvió a llorar. Le costó caro, más euros de los que puede recordar su cirujano. Extirpadas las glándulas, sus ojos relucían claros y limpios. Sus amantes sonrieron cuando, al marcharse, ella no expresó dolor. Sus familiares la repudiaron cuando, con las muertes, sólo demostró entereza. El mundo la cuestionó al rumorearse que fue el corazón lo que el cirujano cortó.
Pero Selene paseó en los días de lluvia, y las gotas de agua rehuyeron su mejilla. Y los buscadores de carmín encontraron sangre debajo del hielo. E incluso su asistenta comprobó que la emoción parecía esconderse bajo el terciopelo de sus vestidos.
Sin embargo,al cabo de los años, volvió a encontrarse con el hombre que había sido el causante de su decisión. Por fin habló y cuando avistó la primera lágrima en el ojo de aquel que tanto había amado, Selene sonrió con su boca roja.
Había cumplido la promesa que se hizo a sí misma. Lloraría en ojos ajenos.

29 de enero de 2010

Cuentos en seis palabras

Cold

El viento me hizo el amor.

Perdí el tren a la primavera.

Y cerré lo que nunca abrí.

Las rosas se congelaron en verano.

Guerra de hielo entre mis sábanas.

Los cazadores nocturnos se han dormido.

Dejé de creer en las hadas.

13 de enero de 2010

La espera


Aún sigo aprendiendo a vivir sin ti.
Te esperé sentada durante horas. El café se quedó frío, mis dedos se helaron sujetando la taza hasta que me quedé sin fuerzas. No quedan lágrimas que llorar, aunque al recordar todo lo que he perdido, sienta como me desbordo por encima de la mesa llena de manchas.
Llamé a tu teléfono, pero no contestaste. Me sentía tan sola que le seguí un poco la conversación a la camarera, una mujer mayor de sonrisa amplia.
"Sí, estoy bien. Se ha retrasado un poco". Pero lo cierto es que algo dentro de mí, algo oscuro y pegajoso, me decía que jamás entrarías por la puerta de cristal que estaba a escasos pasos de mi mesa.
Con un nudo en la garganta, el frío comenzó a extenderse por mi cuerpo. El dolor de tu ausencia era algo físico, brutal y devastador. De repente, como una rápida estrella fugaz, ví el resto de mi vida. Apreté la taza. Sólo veía una playa vacía, un barco naufragado, una cabaña rota. Mi vida sin ti. Silencio, corrientes de aire, olor a mar.
"Vamos a cerrar", me dijo la camarera. Pero yo no quería irme. Quería aferrarme a aquel lugar, quería mantener viva la esperanza. Quería creer que vendrías, que borrarías todas las horas de soledad y miedo con tu magia.
Me levanté, me puse el abrigo y me dispuse a salir. La camarera me llamó diciéndome que me olvidaba el paragüas cuando ya estaba saliendo. Su voz tierna me dijo que nadie se merecía que se le esperara tanto. "¿Y cuando lo amas con toda tu alma?", le pregunté. Se encogió de hombros y negó con la cabeza: "Corres el riesgo de llegar a odiarlo y quedarte sin alma".
Al cerrar, caminé despacio, mirando hacia atrás. "¿Y si llegabas y yo no estaba? ¿Y si me había rendido muy pronto?". ¿Y si nunca volvías? ¿Y si el amor se convertía en odio? ¿Y si perdía mi alma?
Aún sigo aprendiendo a vivir sin ti. No sé muy bien cómo hacerlo. He besado otros labios, he confiado en que llenar mi vida con amor borrará el dolor.
Sin embargo, sé que la persona que va cogida de la mano de ese chico, no soy yo. Soy una copia falsa. La verdadera se quedó en aquella cafetería, mirando por la ventana, buscando qué ocurrió para perderlo todo sin poder hacer nada.

3 de enero de 2010

Culpable


No te creo. Intenta mentirme, si quieres, pero no me convencerás. Tú tienes la culpa, eres el culpable de esta situación, te guste o no. No intentes hacerme responsable; no lo soy. Lo tenías planeado, ¿no es así? Tenía que haberme dado cuenta a tiempo, porque ahora ya has ganado la partida y estoy totalmente noqueada. Con esa cara de bueno engañas a la gente; inspiras confianza, parece que no eres capaz de hacer nada malo porque tienes los ojos transparentes y la sonrisa tierna. Pero nada más lejos de la realidad: eres un bicho. Has hecho conmigo lo que has querido, aprovechándote de que no tenía reservas contigo. Ahora, por más que lo intente, no puedo hacer nada. Es tarde.
Así que, vuelve aquí y bésame. Y cuando lo hagas, no lo olvides, no te creo.

8 de diciembre de 2009

Helada

Esta ciudad fría me hace olvidarte. Te preguntarás cómo odiando el frío como lo odio, he terminado aquí. Si te digo la verdad, yo tampoco lo sé muy bien. Si te miento, quiero enamorarme del viento gélido que recorre las calles mojadas de esta ciudad fantasma, que vive sumida en una eterna noche.
Llegué sin conocer bien el idioma, lo suficiente para sobrevivir. No pongo mucho de mi parte para aprender, tampoco hay gente que merezca la pena para que lo intente. Los pocos necios que osan desafiar a este tiempo inclemente, van corriendo de un lado para otro. Saliendo de una tienda, entrando a otra rápidamente, como si ese breve intervalo de tiempo fuera del abrazo de la calefacción, fuese un motivo de suficiente peso para volcarse en el consumismo de nuevo. Hay muchos puentes por aquí, puentes largos que borran las distancias entre dos zonas paralelas, rotas por un ancho río cargado de agua. Los locos se arrastran debajo de los puentes, mezclándose con las luces azules y amarillentas de las farolas. Sus sombras son las habitantes perpetuas de las paredes llenas de eco que quedan bajo los pies de los paseantes. Ellos y algunos desviados más, son los amantes de este frío polar. Los que sonríen bajo la lluvia lagrimal que cae a cada rato.
Desde mi habitación se ve una extensa avenida, siempre solitaria. Hace unas semanas nevó con abundancia y se coloreó por completo de un blanco que hacía daño a la vista. Las persianas y las cortinas parecen estar prohibidas en las casas, así que era imposible no ver, hasta en sueños, el resplandor plateado de la nieve en el cristal. El reflejo me llevó al insomnio. En pijama recorrí los pocos metros del cuarto, para acabar en el quicio del ventanal, observando el camino. A pesar de que la gente lo había manchado con sus huellas, el blanco permanecía. Dibujé en el vaho del cristal, hasta que quedó surcado de líneas entrelazadas.
Hasta la mañana siguiente, no pensé. Lo había tomado por costumbre. Me levantaba, me vestía, desayunaba algo, cogía el metro, iba al trabajo, tomaba el lunch, volvía a trabajar, terminaba el turno, cogía el metro, compraba algo de cenar, regresaba a casa, ponía la calefacción, me duchaba, cenaba y o leía o veía alguna película. Después dormía, para volver a iniciar el ciclo.
Aquel día paré en el chino para comprar unos noodles. El chico que me atendió estaba soportando una bronca de una chica, quien gesticulaba alterada a sus espaldas. Él le hablaba con dulzura, mientras ella seguía dando vueltas, con gesto molesto. Inventé las palabras desconocidas que se decían. Inventé las frases de perdón y comprensión, mientras mis botas se llenaban de la nieve de la avenida. Imaginé cómo sus ojos rasgados se miraban mientras abría el portal y manchaba la moqueta. Recreé sus siluetas entre los vapores de la cocina, a la vez que ponía el calefactor a tope. Esperé a que sus labios se rozaran, sus corazones se dispararan, mientras la ducha disparaba el agua. Y lloré al darme cuenta de que, cuando cerraran aquel cuchitril, subirían a un piso parecido al mío, se quitarían la ropa y lo olvidarían todo fundidos en el cuerpo del otro.
Esa noche tampoco pude dormir. La pareja china me robó el sueño. No dibujé nada en la ventana, simplemente contemplé la calle, intentando que mi respiración no la empañara demasiado.
Me dolían los ojos y la garganta al día siguiente. Ya era una más en el vagón lleno de soledades encontradas. Te odié, tanto como al frío que helaba mis manos, burlándose de los guantes que llevaba puestos. Ni siquiera colocar la ropa en las estanterías, de forma automática, me impidió pensar en ti. Te odié, por aparecer, tan tarde, a destiempo.
Esa noche rompí la rutina, me puse unos vaqueros y una camisa, me solté el pelo y fui con algunas chicas del trabajo a una cervecería cercana. No me molesté en integrarme en su conversación. Escuché hasta que me cansé de esforzarme por comprender. Después fui a la barra por otra cerveza, encontrándome con unos ojos claros, unas manos grandes y una voz que me decía David con una sonrisa.
Sus labios y su lengua estaban calientes, al contraste con mi boca fría e insípida. Me acarició por debajo de la ropa, notando como, a pesar de la temperatura del local, yo estaba fría. Me susurró que si quería ir a su casa y yo asentí. La ventana de su habitación daba de lleno al río, surcado, como no, por un largo puente que se veía de color rojo a esas horas. Me desnudó con ternura, besó mi vientre y acarició mis piernas. Su pecho estaba ardiendo, su piel parecía quemar la mía. "Are you ok?", me dijo entre jadeos. Yo gemí por toda respuesta.
Dormimos abrazados y por la mañana, le dije que quería seguir viéndole. Él sonrió, volvimos a hacer el amor y regresé a casa. Al llegar, cambié las sábanas y lavé algo de ropa. Bajé al super, compré pan, mantequilla y café. Cuando sentí que iba a volver a pensar, llamé a David. Cenamos juntos. El resto de la noche estuvimos en la cama. Pasé allí el sábado y el domingo, sin pensar.
Durante la semana, todo fue más o menos normal. Le veía de vez en cuando. Me ayudaba con la pronunciación, nos reíamos. Fuimos al cine a ver una película de risa, que pude entender a grandes rasgos. Pasaban los días. Los fines de semana hacíamos excursiones, a pueblos perdidos en aquella ciudad helada. Cuando ya no podíamos más con el frío, volvíamos a nuestra caverna, volvíamos a desnudarnos, arropados por la calefacción.
Cuando llamé a casa, meses después, mi madre no se lo creía. "¿Te has echado novio? ¡Ay, mi niña! Me alegro tanto...tú lo necesitabas. ¿Y cómo os entendéis?". Lo cierto es que tampoco me importaba. David y yo hablábamos lo justo. Yo lo sabía todo de él. Había nacido en aquella ciudad, había estudiado en la universidad. Trabajaba en un banco, vivía solo. Le encantaba la naturaleza y el deporte. Había tenido un par de novias, pero no habían llegado a nada. Quería viajar a mi ciudad. Me pedía que le hablara de ella. No se creía que allí no hiciese frío, no entendía cómo anochecía tan tarde. Decía que podíamos pasar las navidades allí, si quería. Pero le dije que no. Prefería estar allí. Con él.
Lo cierto es que, poco a poco, me acostumbré a la ciudad. Me acostumbré a esa vida. Me acostumbré a David. A los días cortos, a las noches eternas. Al frío glacial. Al calor artificial.
Una noche, David me propuso que viviéramos juntos. Dije que sí rápidamente. Empaqué mis tres cosas y me instalé con él. Esa noche, David me susurró antes de dormir, I love you. Yo sonreí, porque nunca nadie me lo había dicho, sin embargo, las palabras se negaron a salir del fondo de mi garganta. Y la siguiente noche, y la siguiente.
Todo habría ido muy bien si nunca hubiese abandonado aquella ciudad. Cuando David y yo nos fuimos más al sur, todo cambió. Empecé a recordarte. Volví a verte iluminado por el sol, en una calle atestada de gente. Regresé a aquellos días donde la felicidad no me cabía en el pecho. Toqué mi boca, mi cuerpo. Anhelé el calor de tu cuerpo, alejado de aquel calor de máquina. Te deseé con toda la fuerza que aquel frío me había arrebatado. Necesité tus ojos negros, tu piel morena, tu acento, tu risa. Necesité hacer el amor contigo, sentir tu sudor en mi piel.
"I want to come back". Quiero volver a tener frío. No tener corazón. Que no me queme la rabia, ni el dolor. No sentir, escapar.
David no entendía nada. No sabía por qué lloraba, no entendía por qué sufría. Y yo no sabía decirle, en aquella lengua maldita y desconocida, que yo no podía amarle, que yo no podía sentir, porque por dentro estaba muerta. Como tú.
Le dejé. Volví a aquella ciudad helada. A estar sola. A ser una más en los vagones del metro. A pasear por la avenida llena de nieve. A asomarme a los puentes. A no volver a necesitarte. A no volver a echarte de menos. A no vivir. A esperar que el frío me terminara de convertir en un monstruo, sin calor, sin alma. Una estatua helada, derrotada por el destino, y por la primavera.

5 de noviembre de 2009

Dos corazones


De nuevo esa sensación.
Ellas se creen su sonrisa. Él cree sus besos. Nadie sabe que miente y, aunque parezca increíble, eso no le gusta.
No significó nada, se dice a sí misma, sin poder creerse sus propias mentiras. Yo sé lo que quiero; no es esto. Una más a la lista.
Mientras cenan, su mente vuela lejos del bar. Él le habla sin parar, sin ser capaz de ver a través de sus ojos que todo se está derrumbando. Sabiendo que algo ocurre, pero sin saber qué nombre tiene ese intruso entre él y ella.
No sabe que ella desea otro abrazo, otra mirada e incluso otros labios que no son los suyos. Tampoco sabe que la invade el miedo, ese miedo, pavor, a perderlo todo.
Es más complicado de lo que parece.
Cuando se separan, se dan un beso rápido. Y mientras espera el ascensor, se recuesta en la pared y repasa, una y otra vez, los besos que se dio con el otro. Llora de rabia al llegar a su habitación. Llora hasta que se queda sin lágrimas y le escuecen los ojos. Él le pidió perdón, eso la hizo sentirse peor. "¿Perdón, por qué?", "Me he metido en medio". Sintió deseos de besarle otra vez. Se colgó a su cuello para que no le diera tiempo a arrepentirse. El olor de su piel. Lo echa de menos. El tacto de sus manos. La sinceridad de sus ojos.
No puede dormir. La asaltan las pesadillas. Él lo descubre. Le grita. Pega a las paredes. Aguanta la ira. Grita. La odia.
Lo ve por los pasillos, se estremece. Aparta la vista, pero él la sigue hasta que cruza la esquina. No sabe si quiere correr o retroceder.
Mientras hace el amor, piensa cómo será hacerlo con el otro. Hay un momento en que siente un terrible deseo por estar debajo de él, oyendo su respiración en su oído. Su novio la acoge entre sus brazos, pero ella se siente atrapada. Son cinco años. Cinco. Y sólo ha necesitado cinco minutos para romperlo todo en mil pedazos.
Cuando vuelve a estar sola, se conecta a internet. Busca el primer chat que encuentra y comienza a hablar con un desconocido. Él la llama puta. Pero ella sonríe, necesitaba que alguien le dijera la verdad. Habla con más gente e incluso, una chica, intenta consolarla. "Te entiendo, yo también por algo similar. Es difícil elegir".
Se revuelve en la silla. No es difícil elegir, es demasiado fácil. Lo verdaderamente complicado es poder vivir con ello.
El fin de semana van al cine. La película no es una buena excusa para sollozar, es de acción, de las que le gustan a él. Son tan diferentes. Y tan iguales. Él se lo ha dado todo. La adora, ella lo sabe. Se desvive por ella, la quiere tal y como es. Quizá el tiempo haya desgastado lo que en principio era tan mágico. Seguro. ¿O tendrá la culpa ella? Le besa, sin ganas. Le sonríe, sin querer.
Huye del otro. Él respeta su silencio, su distancia. Y eso la hace sentirse peor. No hay forma de no quererle, no hay manera de no desearle en cada instante.
La semana es una tortura. Sin poder más, habla con él. "No paro de pensar en ti", "Yo tampoco". No quiere hacerle daño. A ninguno de los dos, no quiere, y eso no es mentira.
Otra vez esa sensación.
Esa pasión que te quema por dentro. La ansiedad de quitarse la ropa. La piel que no acaba. Las piernas enredadas. El calor. La explosión.
Después, llora. Llora porque no se ha extinguido el deseo, ni la culpa. Se han multiplicado por dos.
Y de nuevo, sólo hacen falta unas pocas horas para que todo lo que le ha costado tanto construir, se venga abajo. Nadie le creería si dijera que está enamorada de dos personas. Seguro que el tío que la insultó en el chat, tendría la respuesta clave.
No puede separares del otro. La mira, le brillan las pupilas. "Te estaré esperando".
Maldito tiempo. Necesitaría un universo paralelo, dos vidas, dos corazones. Pero sólo tiene una vida, una oportunidad.
...
Él la besa, ella sonríe. Celebran seis años juntos. Y cuando vuelve a casa, espera al ascensor y se recuesta en la pared, piensa en él. Y, de nuevo, esa sensación.

8 de marzo de 2009

Cuestión de tiempo

Aún te odio.
Me he negado a que Tania me diese noticias tuyas desde que me fui. No quiero que creas ni por un momento que tengo ganas de saber si quiera si sigues vivo; es cuestión de tiempo, tarde o temprano te acabarán matando, porque eres tan estúpido que en vez de alejarte de lo que te hace daño, te empeñas en seguir revoloteando alrededor de tu sentencia de muerte.
Muy bien. Ya sé que soy una idiota, no hacia falta que me abandonases de aquella manera para darme cuenta de que tengo la maldita costumbre de hacer el imbécil bastante a menudo.
Te agradezco las flores que me has mandado, pero no tenías que haberlo hecho. No me gustan las flores, ni las alturas, ni el inglés. Curiosamente tú me has obligado a convivir con las tres. En fin, lo soportaré lo mejor que pueda. Junio está a la vuelta de la esquina y en cuanto me gradúe me iré de aquí. Para siempre, no pienso regresar a esta maldita ciudad. La odio más que a ti y puedes estar seguro de que hablo en serio.
La razón de comunicarme contigo es muy sencilla. No quiero dar más rodeos al asunto. Voy a estar bastante liada en las próximas semanas con los exámenes finales, incluso he pedido que alguien me releve en la orquesta. Aún no lo he hablado con Karen pero se lo diré pronto.
Me han ofrecido un contrato serio. Nada de chorradas, no más pubs cutres ni locales de moda, por fin teatros. Pero teatros para mí, para mí sola.
Si visitas la página de la universidad podrás ver en las últimas noticias todos los detalles. Mucho dinero y por fin independencia. Eso sí, Europa, a ser posible Francia o Alemania, que de algo me sirvan las clases en las que tantos dólares te has gastado. ¿Ves?, soy muy práctica, sé que no te gusta tirar el dinero.
No iré a Barcelona hasta que termine la gira, sobre octubre. La verdad es que aún estoy pensando si iré a no porque, ¿para qué? Quiero que Clara venga conmigo , por lo menos al principio de la gira. A ella es la única que me apetece ver. Ya me pondré en contacto con ella más adelante para concretar. Quería informarte para que le dieses permiso. La obligaré a llamarte todos los días e incluso puede llevarse su violín. Ella lo tiene más fácil que yo a la hora de transportar el instrumento.
Si pones alguna pega para que venga conmigo, creo que ella comenzará también a odiarte y no creo que te guste mucho la perspectiva de que la única hija que te quiere algo...en fin, ya sabes, déjala venir, si quieres poner alguna condición más díselo a Tania y que ella me lo comunique aunque estaré bastante ocupada, te lo advierto.
Nada más.

oooo

- Don Fernando, ¿se encuentra bien?
- Perfectamente.
Tania observaba al hombre quien parecía absorto contemplando el exterior desde su ventana. La secretaria estaba acostumbrada a las rarezas de su jefe pero no a su impuntualidad.
- Le están esperando.
- Sabes lo de Rocío, ¿verdad?
- Claro, estoy emocionada con la noticia. La gira es impresionante. Tocará en los mejores escenarios, conocerá a músicos de toda europa...además la señorita Clara está encantada con la idea de pasar con su hermana sus vacaciones. Me ha llamado ya cinco veces hoy preguntándome si usted había dicho algo al respecto. No sé ya qué decírle.
- Clara es muy impaciente, hablaré con ella esta noche.
- Estupendo, Don Fernando.
Hubo un momento de silencio. La secretaria miró de nuevo el reloj, los asistentes a la reunión esperaban al empresario. Carraspeó ligeramente y se dio la vuelta.
- Tania.
- Dígame.
- Cancele la reunión.
- Perdone, señor, ¿quiere que cancele la reunión ahora?
- Así es.
La secretaria tuvo un mareo al escucharlo. Los directores de cinco importantes bancos esperando en la sala y su jefe cancelando de repente la reunión.
- Pero don Fernando...
- ¿Sabes, Tania? Mi hija dice que me odia. ¿Tú crees que me odia?
- No lo sé, don Fernando. Creo que está molesta aún.
- Claro, está molesta porque la mandé a la mejor universidad de Estados Unidos para que se dedicara de lleno a tocar el piano. La separé de su casa, de su hermana y sus amigos...porque pensé que merecía dedicarse de lleno a la música, sin problemas mundanos, sin tener que preocuparse por el dinero, disfrutar de la vida y alcanzar su sueño. Está molesta.
- Ya conoce a Rocío...es muy independiente, nunca ha querido que usted diseñe su vida.
Fernando Rubio suspiró mientra se ponía la chaqueta y cogía el maletín.
- Pues sí...creo que se le pasará tarde o temprano. Yo...hoy, iré a celebrar por todo lo alto que mi hija es una gran pianista. Y respecto a los señores que me esperan...era cuestión de tiempo que me acabesen matando...Como todo, al fin y al cabo. Todo es cuestión de tiempo...hasta el perdón.

3 de octubre de 2008

La descarada


No le gustaba ser como las demás. Había ido toda su vida a contracorriente, desafiando a todo aquello que cruzara con ella la dulce mirada de la cordialidad. En clase o la odiabas o la amabas; tenía admiradores y fervientes enemigos que envidiaban el sarcasmo de su voz y reían con sus caídas.
Le gustaba llamar la atención. Se pintó el pelo de rosa, se enrrolló con el profesor de dibujo y, para más escándalo, se fue a vivir a un piso con otra chica y uno chico los cuales eran sus amantes. Su madre la adoraba, a pesar de sus rarezas, con su padre, sin embargo, no se hablaba desde que a los quince años tras una discusión nocturna, ella le mandó a la mierda y él le dio tal tortazo que con el golpe se le rompieron dos dientes. No tenía hermanos, no creía en el amor para siempre y, aunque no sé si para provocar polémica o no, se declaraba ninfómana.
Los vecinos y vecinas la observaban tras sus cortinillas. Cada tarde llevaba a cabo el ritual. Lentamente se desnudaba frente a un largo espejo que tenía en su habitación; sonaba la radio con música en inglés. Podían ver su cuerpo delgado paseándose a lo largo de la ventana. Tras el paseo, ella se tendía en la cama y cerraba los ojos. Los vecinos siempre intentaban ver más allá pero la distancia se los impedía. Sin embargo, a los pocos minutos ella empezaba a gritar. Gritos impúdicos, gritos obsenos, groseros, que daban urticaria a sus limpios vecinos, que no podían evitar comentar la desfachatez de la niña del tercero. Lo más aberrante es que siempre estaba sola en aquellas ocasiones. Todo el mundo sabía lo que hacia. Era una sinverguenza, una puta para qué negarlo, sólo una guarra podía hacer tales cosas...
Ella, rebelde como siempre, desafiaba con su indiferencia a aquellos que conspiraban sus espaldas y les sonreía cuando se encontraban por la escalera. "Qué descarada", decían, mirándola de arriba a abajo.
Pero, para qué negarlo, a ella le daba igual. Muy dentro de ella reía, porque sabía que tras las miradas cargadas de odio, sólo se escondía la envidia. "Ellos no saben disfrutar", decía cada vez que se desnudaba frente al espejo.
Sólo ella, en la soledad de su casa, sumida en su música, sabía llegar hasta los límites del placer. Nunca revelería su secreto a nadie...y mucho menos sus pies.

17 de septiembre de 2008

Hombres, maldita sea

Mi madre me lo dijo: nunca te fíes de un hombre. Sin embargo, nunca la había escuchado, ¿por qué iba a hacer una excepción? Desoí sus consejos, entregándome a la aventura. Me enamoré locamente del amor, apostándolo todo cada vez que su luz rojiza me cegaba. En el tiempo del primer romance, no atendí lo suficiente en clase e incluso empecé a no estudiar. La culpa la tuvo Dani. Yo me sentía en las nubes cuando él me miraba. Mis amigas y yo reíamos como tontas pero, cada vez que pasaba por su lado, sentía que me quemaba todo el cuerpo. Supongo que era verguenza. La misma que sentí cuando nos dimos el primer beso a escondidas en el recreo. No era tan asqueroso como decían algunas de mis amigas, me gustó bastante y repetimos. Pero poco a poco me empecé a cansar, así que dejó de interesarme. Cuando comenzaba a recuperar las ganas por centrarme en los estudios, apareció Jorge. Era moreno y alto, y tenía una moto, no sé quien de los dos me gustaba más. Le dijo que me diera una vuelta y él me dijo que si yo le daba un beso. Después del beso, vino la vuelta, después de la vuelta, otro beso más.
Y, repetí curso, pero obtuve mi primer máster en besos con lengua. Al principio me resultaba hasta incómodo pero luego me acostumbré. Me alegré de cambiar de compañeras de clase, las otras me parecían insufribles y aburridas. Qué se puede esperar, ni siquiera habían tenido novio.
Aunque Jorge me gustaba mucho, cuando Diego apareció le dejé. Diego tenía más años que yo, era guapísimo y no estaba en el instituto. Pasaba de mí así que, para llamar su atención me empecé a maquillar. Le terminé conquistando. Lo malo es que no pasábamos mucho tiempo juntos por culpa de las clases así que, sin que mi madre lo supiera, empecé a saltármelas para verle. Estábamos todo el día juntos y, vi normal que quisiera que hiciéramos el amor cuando llevábamos saliendo algunos meses. A mí me daba miedo pero él me aseguró que lo tenía todo controlado. Al principio fue horrible, quería llorar e irme pero me dije a mí misma que no podía quedar como una niña pequeña delante de él. Aguanté como pude, menos mal que no fue muy largo.
Después de aquella noche, noté que Diego estaba raro conmigo. Ya me trataba de una manera diferente, casi distante. Así que, para darle celos, empecé a coquetear con Lucas, un amigo suyo. A Diego pareció no importarle así que, acabé dejándole y me fui con Lucas. Lo hice por rencor, realmente Lucas no me gustaba, lo supe porque cuando empecé a ver a Diego con otras, oh, Dios, no puedo explicarlo, ¡pensé que me iba a morir de celos! Además, ninguna era tan guapa como yo. Intenté hacerle ver a Diego lo que valía, pero él seguía pasando de mí. Como Lucas no me interesaba demasiado, le dejé cuando conocí a Rubén. Lo malo es que Rubén trabajaba por la tarde y sólo podíamos vernos por la mañana. Así que dejé el instituto, aunque me costó una buena pelea con mi madre. ¿Qué sabría ella? Tampoco había estudiado y estaba en su casa sin hacer nada, porque mi padre era el que trabajaba.
Rubén me tenía loca, el tiempo que pasaba sin él era como si nada tuviese sentido. Rubén, sólo quería estar con él. Pero por la tarde me aburría. Tanto tiempo sin él...iba a verlo de vez en cuando al trabajo, pero también me aburría porque él no me hacía caso.
Así que, a pesar de que lo quería mucho, lo terminé dejando.
Mi madre me obligó a empezar a trabajar. Conocía a una mujer que buscaba una chica para que le ayudara en su tienda, ordenando la ropa y cobrando. Me contrató y lo único que odiaba era tener que levantarme temprano. Fue allí donde conocí a Pedro, cuando iba con su novia a comprar. Creo que cuando me vio a mí, surgió el flechazo. Empezó a venir por la tienda y, al final, acabamos besándonos. Él aún tenía novia pero me dijo que la iba a dejar. Así que estuvimos un tiempo viéndonos en secreto. Yo no podía más, nos veíamos por las noches, él me recogía en su coche, íbamos a algún descampado y nos enrollábamos e incluso a veces allí mismo lo hacíamos. Estaba harta de la situación así que, un día que vino la chica a la tienda se lo conté todo. Menuda tía, me armó una increíble, empezamos a pelearnos allí mismo y nos tuvo que separar la dueña. Por su culpa me dejó Pedro, no sé qué le diría pero él quiso estar con ella. A mí, me despidieron y me quedé sin él.
Mi madre, muy enfadada, me dijo que me iba a echar de casa si no hacía algo con mi vida. Empecé a trabajar de cajera en un supermercado y, con mi simpatía, pronto ligué con varios chicos: Mario, dos meses; Santi, cinco; Rafa, ocho. Y por fin, el definitivo: Juan. Me preguntó a qué hora salía del trabajo y me esperó. Luego tomamos algo y me dejó en casa. Trabajaba en la obra y ganaba bastante dinero. Vivía en un piso con otros compañeros, porque odiaba a sus padres y se había ido en cuanto había podido. Yo casi empecé a vivir con él, todas las noches me recogía y dormíamos juntos. Por la mañana yo dormía más mientras él iba a trabajar y luego por la tarde iba al trabajo. Sin embargo, me quedé embarazada y se jodió todo. Juan se cabreó, no quería tener al niño pero a mí me daba miedo abortar. Él me dijo que me dejaría si no abortaba, así que lo hice. Me dolió muchísimo y estuve muchos días muy deprimida, pero bueno, lo importante es que Juan y yo seguimos juntos hasta que él me dejó por otra.
Pero bueno, hay muchos hombres y, conocí a otros: estuve 1 año y medio con Fernando y 1 año con Enrique. Cuando me redujeron la jornada, conocí a Sergio. Sergio era varios años mayor que yo, diez en concreto. Trabajaba montando cocinas y vivía solo. Me pidió que me casara con él y nos casamos. Yo dejé de trabajar, porque lo odiaba. Lo único malo es que tenía que limpiar, pero bueno, podía hacer lo que quisiese.
Me quedé de nuevo embarazada y esta vez lo tuve porque Sergio estaba como loco por tener un niño. Fue una niña y la llamamos Estrella.
Ahora Estrella tiene once años, yo tengo treinta y seis y Sergio me acaba de dejar. He vuelto con mi madre, no tengo otro sitio donde ir, ahora él vive con otra persona. Hoy me dijo: te dije hace mucho tiempo que no te fiaras de los hombres.
Maldita sea, tenía que haberle hecho caso. Sergio ahora quiere a Julio, un cabronazo gay como él.
Hombres, maldita sea, hombres, ellos me han destrozado la vida.