13 de enero de 2010

La espera


Aún sigo aprendiendo a vivir sin ti.
Te esperé sentada durante horas. El café se quedó frío, mis dedos se helaron sujetando la taza hasta que me quedé sin fuerzas. No quedan lágrimas que llorar, aunque al recordar todo lo que he perdido, sienta como me desbordo por encima de la mesa llena de manchas.
Llamé a tu teléfono, pero no contestaste. Me sentía tan sola que le seguí un poco la conversación a la camarera, una mujer mayor de sonrisa amplia.
"Sí, estoy bien. Se ha retrasado un poco". Pero lo cierto es que algo dentro de mí, algo oscuro y pegajoso, me decía que jamás entrarías por la puerta de cristal que estaba a escasos pasos de mi mesa.
Con un nudo en la garganta, el frío comenzó a extenderse por mi cuerpo. El dolor de tu ausencia era algo físico, brutal y devastador. De repente, como una rápida estrella fugaz, ví el resto de mi vida. Apreté la taza. Sólo veía una playa vacía, un barco naufragado, una cabaña rota. Mi vida sin ti. Silencio, corrientes de aire, olor a mar.
"Vamos a cerrar", me dijo la camarera. Pero yo no quería irme. Quería aferrarme a aquel lugar, quería mantener viva la esperanza. Quería creer que vendrías, que borrarías todas las horas de soledad y miedo con tu magia.
Me levanté, me puse el abrigo y me dispuse a salir. La camarera me llamó diciéndome que me olvidaba el paragüas cuando ya estaba saliendo. Su voz tierna me dijo que nadie se merecía que se le esperara tanto. "¿Y cuando lo amas con toda tu alma?", le pregunté. Se encogió de hombros y negó con la cabeza: "Corres el riesgo de llegar a odiarlo y quedarte sin alma".
Al cerrar, caminé despacio, mirando hacia atrás. "¿Y si llegabas y yo no estaba? ¿Y si me había rendido muy pronto?". ¿Y si nunca volvías? ¿Y si el amor se convertía en odio? ¿Y si perdía mi alma?
Aún sigo aprendiendo a vivir sin ti. No sé muy bien cómo hacerlo. He besado otros labios, he confiado en que llenar mi vida con amor borrará el dolor.
Sin embargo, sé que la persona que va cogida de la mano de ese chico, no soy yo. Soy una copia falsa. La verdadera se quedó en aquella cafetería, mirando por la ventana, buscando qué ocurrió para perderlo todo sin poder hacer nada.

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