18 de mayo de 2008

La llamada

Fueron sólo unos segundos de silencio, los suficientes para que se arrepintiese, insuficientes para que él la reconociera.
- Hola, soy yo.
Había sido un viaje tranquilo, todo había ido bien, lo normal. Junto a sus compañeros había recogido sus pases para el foro, llamó a casa cuando tuvo un descanso y la exposición salió a la perfección. Esa noche irían a cenar, Máximo, que conocía la ciudad, les había recomendado visitar La Fragata, que no quedaba muy lejos del hotel donde se hospedaban. Habían quedado a las nueve y media, dándose un tiempo para darse una buena ducha y cambiarse de ropa. Amanda descubrió que desde su habitación se veía una preciosa panorámica de la ciudad. Tenía una buena habitación, con una gran cristalera y un bonito rincón con mesa y cómodos sillones. Encima de la tabla redonda, el teléfono.
- ¿Eres tú? Cuánto tiempo...¿Cómo estás?
Recordaba cada número del teléfono, como si fuese ayer cuando llamaba a menudo para decirle a Mario cualquier tontería, como que le echaba de menos.
- Bien, muy bien. ¿Y tú?
- Como siempre, mucho trabajo.
Después de ducharse se vistió de negro, maquillándose un poco los ojos para disimular el cansancio. De nuevo sus ojos fueron directos al teléfono.
- Estoy aquí. He vuelto.
- ¿De verdad?
- Sí.
La última vez que hablaron por teléfono, su carísimo móvil de última tecnología acabó destrozado en el suelo y ella, llorando a lágrima viva, maldiciéndose a sí misma.
- Veámonos, donde siempre.
- Voy a salir a cenar con...
- ¿Está él?
- No, no está, he venido sola.
- ¿Quieres que te recoja? Dime dónde y cuándo.
Dudas, miles de dudas pasando frente a ella. Mario...Mario.
- No sé si es una buena idea...
- Te quiero. Lo sabes, sabes que te quiero. Por favor...
Lejos de su ciudad, apartada de su identidad había creado una nueva identidad. Abandonó a la niña que fue, dejó a un lado los sueños e incluso a su corazón.
- Y yo también te quiero.
Y no había dejado de pensar en él durante los últimos meses, y no había ni una noche en la que no deseara estar a su lado, y no pasaba ni un segundo sin imaginar cómo sería su vida si hubiese tomado otra decisión aquel día.
- Amanda...quédate conmigo.
Entonces el silencio volvería a hacer acto de presencia, sólo serían unos segundos. Insuficientes para dar vuelta atrás, suficientes para reaccionar.
- Amanda...¿estás ahí? Amanda...
- No puedo hacerlo, Diego, lo siento.
El teléfono la esperaba. brillaba bajo la luz de la lámpara, su mano sobre el auricular.
- No podemos hacerle esto a Mario...es tu hermano, por Dios.
- ¿Por qué! Si no le quieres, me quieres a mí, Amanda, Amanda...
- No...no puedo. Te quiero...pero no puedo...
Un segundo, un segundo puede cambiar tu vida. Un segundo, suficiente, insuficiente. Retiró la mano del auricular y sintió una presión en el pecho.
Cogió su bolso y salió de la habitación. Bajando por el ascensor miró la ciudad, la ciudad de la tentación. Sí, quizá la presión no tenía nombre, era alivio, alivio por no haber marcado nunca ese número.

3 comentarios:

Amylois dijo...

Lo leeré varias veces creo que me pierdo.
Saludos.

marita dijo...

Triste, real y con encanto, así definiria esta historia. Espero que sólo sea eso...una historia.
Muchas gracias por el ánimo :)

Besos!!

Unknown dijo...

you are fantastic!!!

a kiss for you, my dear friend!


god bless u dear

you are fantastic!!!