26 de mayo de 2008

Ese beso

Fue ese beso. Lo recuerdo como si fuese ayer.
La luz creaba una suave penumbra a nuestro alrededor, los rayos me acariciaban como sus manos y el tiempo pasaba ávido mientras nos devorábamos despacio. En mi interior, las tempestades desatadas enloqueciendo mi cuerpo y torturando a mi corazón, ahora en su poder. Nunca había entendido los susurros que se dicen en el amor, nunca hasta beber de sus labios cada palabra callada. A pesar de que nos prometíamos el uno al otro ser fieles a nuestro juramente, inevitablemente, cuando volvíamos a encontrarnos, lo rompíamos en mil pedazos.
Aquella noche era una más de tantas y tan pocas, donde el universo se reducía a nuestro espacio, donde la verdad era manejada a nuestro antojo.
No podía evitar sentirme en otro mundo con él, todo cambiaba con su simple presencia; todos mis deseos renacían, todos mis sueños tenían al fin un sentido.
Trataba de olvidarle borrando las huellas de nuestra pasión. A menudo renegaba de él con mis amigos, me reía de sus manías a sus espaldas e incluso discutíamos por estupideces con tal de tenernos cara a cara. No sé cómo lo hacía, pero siempre estaba allí en el momento inoportuno, siempre chocábamos en los instantes de máxima fragilidad. Cualquier excusa era buena, ya conocíamos nuestras debilidades demasiado bien. Un roce entre los libros, miradas cargadas de palabras, un paseo inocente que siempre conducía al mismo abismo.
Nos desnudábamos sin prisas, disfrutando de cada caricia, de cada rincón secreto. Reíamos por los descuidos, desprendidos de toda la verguenza y del inservible pudor que caracteriza a los amantes. Él me susurraba frases inconexas al oído, yo le abrazaba como si se me fuese la vida en ello. Y vuelta a vuelta, amando cada vez con más desenfreno, con más placer, caían las barreras y éramos simplemente dos personas, sin más instintos, sólo una necesidad básica e irreprimible.
Fue aquel beso, lo recuerdo y casi puedo tocarlo si alzo la memoria. Sentados en el borde de la cama nos llegaba el olor a estío. Él no se había abrochado la camisa y yo tenía el pelo revuelto aún. No decíamos nada pero lo decíamos todo. Yo le cogí la mano y él la apretó. No sé cómo pasó, pero ocurrió.
Fue por ese beso, ese maldito y maravilloso beso. La luz creaba un aura única, nuestras sombras danzaban mientras nosotros esperábamos. Me acogí a su mano y él me susurró que me quedara. Negué con la cabeza y sonreí, acercándome a su cara, sintiendo en las mejillas el roce de su barba corta. Y fue en ese beso, en ese inocente beso donde todo cambió: aquello ya no era un juego.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

hermoso relato, sobretodo la precisión en el ambiente en el que suceden las cosas que cuentas, supongo que cuando las cosas son de verdad, debe existir la fase en donde el cariz cambie, o se transforme.
saludos y gracias!

Amylois dijo...

Es el relato mas bonito que he leido últimamente.
Bravo, eres una pedazo de artista.
Un saludo.

Inevitable dijo...

Gran relato...final sorprendente.
Me agrada lo sutil que es.

=)

Gracias por pasar.

John Doe dijo...

Sin palabras...

Me gusta como escribes y te expresas. Eres digna de admiracion y de críticas. No pares, sigue adelante. Quiero conocerte más. Muestrame/nos como eres realmente.

Exquisito relato

Рђяæł dijo...

El roce entre labios, entre versos que no se hablan pero que se sienten, deleitan al ser en su plenitud...
Hermoso relato.

Hasta pronto.