9 de junio de 2008

Chanson triste

Cuando al fin la encontré, ya era demasiado tarde.

Una criada me abrió. Al preguntar por ella, su nombre me dolió en los labios. Pasé a una sala en penumbra, la luz se colaba por las persianas con dificultad y tardé unos segundos en localizarla. Estaba desnuda, encogida como un niño en un sillón desgastado. De fondo, música francesa en voz baja como un susurro más en aquel fantasmagórico ambiente. Ella ni siquiera volvió la cabeza al oírme llegar. Nunca sabré qué paso por su mente, pero algo me dice que presentía que ese momento llegaría, por lo que no le sorprendió verme allí.
Me atreví a acercarme, a contemplar su delgadez, la curva de sus rodillas pero tropecé con sus ojos por descuido y, horrorizado, clavé la vista en el suelo de madera. Al fin se dignó a murmurar unas palabras, pidiéndome que me sentase.

- Estarás cansado después del largo viaje.

Sin querer enturbiar el halo que la rodeaba, me situé junto a ella, sin estar del todo a su lado. La dibujé a grandes ragos, entre los cristales rotos de mis recuerdos; la forma de su rostro, la impecable piel de seda, el cabello de arena. Marina era una muñeca de color marfil, que se iba descoloriendo con el tiempo. Como si hubiesen pasado muchos años, envejecía sin remedio y sin ninguna luz.

- Esta canción me encanta. Es como estar en París, al fin.

No sabía por dónde empezar, qué decirle, cómo adentrarme en el terreno que me estaba vedado. La había conocido tan bien como a la palma de mi mano: había estudiado cada movimiento, conocía cada sonrisa, sabía qué vendría después de cada palabra, podía describir su cuerpo con los ojos cerrados y recitar de memoria todos sus sueños. Pero ahora, ella era un enigma.

- Quelques notes et tous mes regrets...Tous mes regrets de nous deux...

Cantaba cada mañana en la ducha, por la noche le gustaba bailar la danza del amor, también dar saltos en los charcos y mojarse cuando llovía. Besaba la hierba y adoraba revolcarse en la arena de la playa. Bebíamos vino caro, caprichos de la que era mi amante, nostalgia del pasado. Mientras yo estiraba el poco dinero que teníamos, ella pedía alguna fruta exótica y, yo, tonto enamorado, recorría toda la ciudad en su búsqueda.

- Toulouse murió el año pasado.

Me resultó extraña la sobriedad de la habitación, los sillones impersonales, los armarios con vajillas y copas de cristal. Sonreí recordando el desorden de aquel piso donde vivimos nuestra eternidad aquel año. Nunca hacíamos la cama y sólo recogía la ropa cuando ya no teníamos nada que ponernos. Se amontonaban las mantas en invierno pero en verano paseábamos desnudos.

- Era ya mayor, supongo.

Había en Marina una fuerza que iba más allá de su estrecho cuerpo. La primera vez que la vi me conquistó sólo con una sonrisa y unas palabras coquetas que me enredaron para siempre. Acostumbrada a lograr siempre sus objetivos, supo desde el primer instante que desarmaría cada una de mis barreras. No tardó mucho tiempo, yo ya había enloquecido y perdido la razón mucho antes de la primera vez que la besé.

- Y lloraba por las noches...

Aunque aquel fue el principio del fin. Todo pasó muy deprisa, no tuve tiempo de prepararme y apenas de decir adiós.

- Creo que te echaba de menos como yo.

Marina calló y sólo quedó el rumor de la música. Las palabras no salían de mi boca. De repente, tras años de búsqueda, tras cientos de sueños, monólogos donde yo ensayaba lo que le diría cuando lograse encontrarla, tras practicar horas y horas delante del espejo, repasando las malditas conjugaciones de los verbos en passé, ella había conseguido desarmarme otra vez.

- Y tú, ¿nos extrañabas?

Y lo dijo con su voz de niña, esa voz que utilizaba cuando yo me enfadaba y me negaba a decir una palabra. Esa vocecita que me susurraba perdón entre risas y me besaba en el cuello, en las mejillas y me convencía de que era mejor olvidar que seguir sin ella. Esa voz que tanto había necesitado en las largas noches de soledad.

- Marina, ¿por qué?

Ella abrió los ojos como despertada del letargo. Lentamente movió su cabeza y me miró con sus ojos dorados. No reconocía el rostro que me observaba, no era aquella que había amado con toda mi alma, pero en el fondo de sus pupilas, conservaba la esencia de la que fue.

- ¿Por qué me abandonaste? Te fuiste sin más, sin una nota, sin una explicación. Te fuiste.

- Sí, - dijo, sin mirarme - lo hice. Tenía que hacerlo.

No encontraba trabajo, la casera nos amenazaba con echarnos si no le pagábamos, muchas veces no había nada de comida y no servía con devorarnos entre las sábanas, ya no teníamos fuerzas sólo preocupaciones.

- Habríamos salido juntos. No hubiera permitido que viviéramos así, lo sabías. Sabías que...eras lo más importante. Que yo no podía vivir sin ti, que me daba igual todo, todo, todo...pero tú...tú no.

El vello de su piel se erizó pero no hizo ningún gesto.

- Pero te fuiste. Te fuiste por esto - espeté con rabia - . Por una sirvienta que te trajese el almuerzo, por vistas al mar, por un armario lleno de vino caro. ¿Por esto me abandonaste?

Me había torturado durante esas largas noches de insomnio, donde la imaginaba, cómo sería su vida, quién sería el hombre que la arroparía por las noches. Había jurado y perjurado encontrarla, aunque me costara la misma vida. Repetí su nombre sin cesar por toda Francia y, desanimado, volví a España, volví al lugar donde la conocí y la descubrí en su apartamento de veraneo, donde sus ricos padres y ella disfrutaban los agostos, donde no había lugar para un don nadie como yo.

- Sé que ahora eres famoso - sonrió ella, olvidándose del rencor que habitaba en mis palabras - . Pero ya sabes que no me gusta leer, aunque estoy segura de que todos tus libros serán muy buenos.

- ¿Y qué? ¿Crees que aunque ahora gane mucho dinero y escriba libros...soy feliz? No...no, eso es mentira.

- Era tu sueño.

- ¿Mi sueño? - le pregunté, para luego preguntármelo amí mismo - ¿Mi sueño?

Me dolía el corazón, ese corazón adormecido por el recuerdo, ese corazón decepcionado. Me levanté de la silla, Marina me miró fijamente.

- Qué equivocada estás. Mi sueño no tenía nada que ver con eso. Mi sueño era, simplemente, pasar toda mi vida contigo. ¿Ves qué tonto? Estar contigo cada mañana, pelearnos, hacerte el amor, cometer locuras, escucharte hablar francés y no entender nada pero maravillarme...no me hacía falta nada más. Y mucho menos dinero.

Impasible, Marina escuchó y calló. Mientras, yo apretaba el puño, lleno de desazón, furia.

- Encontrarte me ha movido durante todo este tiempo, me ha hecho vivir dentro de la muerte. Ahora que te he visto me doy cuenta de que prefiero conservar tu recuerdo y no hacerme más daño a mí mismo. Sólo te deseo felicidad, supongo que rodeada de lujos, comodidades y estabilidad podrás alcanzarla.

Y yo salí de aquella casa de sombra, después de mirarla por última vez y amar su fragilidad a pesar de todo. Salí sin imaginar que su silencio no era indiferencia, sino dolor; sin imaginar que su abandono no era egoísmo sino amor; sin comprender que ella sacrificó su felicidad por regalarme lo que creía un sueño. Mucho tiempo más tarde descubrí que mi primer editor había sido pagado por Don Vicente de Alcalá, su padre. Mucho tiempo después pude contemplar todos los ejemplares de mis libros, que una y otra vez había leído, en su biblioteca particular. Así, nunca llegué a saber que cuando me vio, todo su cuerpo se estremeció pero ella, perfecta actriz, volvió a engañarme, volvió a echarme de su lado, queriéndome, pues ya no había remedio.
Mucho, demasiado tiempo después, me di cuenta que su felicidad era la misma que la mía y que, como yo, Marina nunca había sido feliz ni lo sería. Y me odié por haberme dejado llevar por la rabia, y me odié por no haber aprovechado aquel instante para besar su piel descolorida, para tocar su delgado cuerpo y oler de nuevo su pelo.
Pero ya era tarde, muy tarde. Y mi amada se había marchado, como una chanson triste, sin ni siquiera decir adiós.

6 comentarios:

Amylois dijo...

No está mal. Pero no le creo. A el.
Porque si su sueño era estar siempre con ella, porqué se fué?
Simple y llanamente por avaricia.
Pero si, sus libros son buenos.
Saludos.

Anónimo dijo...

Estoy visitando a seguidores de Ismael Serrano, porque le hice un homenaje en mi blog. Así que si quieres participar, será un honor invitarte.
Una historia alucinante. Me encantó.
Un abrazo y enhorabuena por el blog, compañera, es una pasada.
Hasta pronto.

campanilla dijo...

hola!
me ha gustado la historia, la verdad, pero me dan pena los finales incompletos.
un abrazoooo

Yeli dijo...

Las peores despedidas no son las que tienen lugar en una estación, en el aeropuerto o frente a tu casa en la parada de taxis, sino que son aquellas que no se producen...
Esas despedidas que van surgiendo aunque no nos demos cuenta que están ocurriendo, porque duran mucho: días, meses, años...
Es doloroso cómo se van debilitando unos lazos hasta que ya no quedan hebras que unan el pasado y el presente con el por venir...y pierden todas las partes con la diferencia que una parte tiene los ojos abiertos y pies en la tierra y la otra parte decidió cerrarlos a la realidad.
Hermoso relato, tristemente real.
Un abrazo
Yeli

Saziwe dijo...

Rostros vemos...
Corazones no sabemos...

Ovación de pie, excelente relato!!!
Quizas ficción, quizas viviencias...

yraya dijo...

Chica, que guapada de texto, me ha hecho estremecer!!
Un saludo