27 de abril de 2008

La mujer sola


La niña observaba sus manos con descaro y un pavoroso asombro. La mujer esperaba mirando al vacío. Vestía ropas oscuras, su pelo era blanco, corto y a Cata le pareció que estaba tan arrugada como una pasa.
- Sí, ya lo han llamado. Ahora le tienen que hacer una radiografia para ver si lo tiene roto.
Cata miró a su alrededor, no parecía ir con nadie, estaba sola. Una enfermera apareció en la sala de espera y entonces, la anciana levantó la cabeza. Sin embargo, la agachó de nuevo cuando oyó el nombre de Pedro Sánchez.
- Ay, tu padre es un histérico. No te preocupes, Iván, seguro que no es grave.
Iván asintió desde la silla de ruedas.
- Oye mami, ¿por qué no estamos en un hospital de niños? - preguntó Cata, observando que a su alrededor no había gente de la edad de su hermano o de la suya.
- Tu hermano ya tiene diecisiete años, Catalina, y ya no puede ir al mismo hospital que tú.
- ¿Porque es para niños pequeños?
- Así es.
- ¿Y este es para grandes?
Su madre así se lo confirmó. La niña se quedó pensativa un rato, sin dejar de observar a la anciana.
- Mami, ¿y esa mujer que es tan mayor no debe ir a un hospital para más grandes que los grandes?
- Cata, calla, no digas tonterías. - la regañó su hermano.
- No es una tontería. - se quejó la niña.
Quería explicarles lo que pensaba pero, de repente, reapareció la enfermera, con un nuevo nombre: Encarnación Pineda. Cata vigiló a la anciana quien, volvía a sumirse en su contemplación.
- Mami, ¿cuándo sea vieja mi pelo se pondrá blanco y mis manitas se arrugarán mucho, como si fueran pasas?
La mujer levantó la vista un momento. Cata se puso colorada de pensar que la había oído, quizá le había molestado escuchar lo de las pasas. Sin embargo, la anciana dirigió la vista hacia ella con un gesto de ternura indescriptible. La niña se dio cuenta y observó detenidamente el rostro de la mujer. Tenía los ojos claros, pequeños y hundidos y la piel de la cara surcada de arrugas como sus manos. Cata se dio cuenta de que era muy pequeñita, un poco menos que ella y que estaba encorvada.
La anciana le sonrió y la niña, a su vez, le devolvió el saludo.
La enfermera regresó: Josefa García, dijo esta vez. Ese era el nombre de la anciana, que rompió el contacto visual con Cata para empezar a levantarse. La enfermera repitió el nombre, ya que no la había visto.
La anciana daba pequeños pasos, como si le costase muchísimo mover un poco su delgado cuerpo. Pasó por delante de Cata quien la vio irse, siguiendo a la enfermera, con paso lento. La anciana era seguida por la soledad y la incertidumbre del que camina, con miedo a caer al suelo, sabiendo que no hay a su lado un brazo protector.
- Me duele un montón. - protestó Iván.
Cata lo miró con dureza.
- Calla, quejica.
La anciana dobló la esquina, perdiéndose entre los recovecos del hospital. Cata suspiró, abrazándose a su madre.
- Hay cosas que duelen más.

3 comentarios:

Tesa Medina dijo...

Gracias Lorena por dejar tu huella en mis moreras, que me ha permitido dar con tu rincón lleno de poesía, de ternura y de sensibilidad, como este relato.

Te seguiré descubriendo a ratitos, hasta ponerme al día.

Espero que ya estés recuperada.

Y sí, la soledad y la indiferencia duelen mucho, y hay muchísima gente sola.

Besos,

Elena dijo...

Veo que tu visita al hospital te ha dejado una huella profunda. Este rinconcito recién creado tiene muy buena pinta. Te seguiré la pista, seguro.

Un abrazo

Amylois dijo...

Me ha encantado tu relato, es de los que apuñalan el alma.
Gracias por compartir.

Hay cosas que duelen más...cierto.